El sereno y la ciudad que aún susurra su historia

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Por Héctor Rodríguez Colmenero

El sereno y la ciudad que aún susurra su historia

Hay figuras que se pierden en el tiempo, pero no en la memoria. Guanajuato, con sus callejones apretados de historia, guarda en sus entrañas personajes que no solo existieron, sino que marcaron profundamente la manera en que vivimos y sentimos esta ciudad. Uno de ellos es el sereno.

Sí, el sereno. Ese hombre de paso firme y voz fuerte que recorría las noches con un farol y un bastón, anunciando la hora en voz alta:

“¡Las doce y sereno!”

“¡La una y sereno!”

No vigilaba desde una patrulla, ni necesitaba uniforme táctico o arma de fuego. Su presencia era suficiente. Su voz, su luz tenue, su andar pausado eran símbolos de que todo estaba en calma. De que alguien estaba ahí, cuidando. Y con eso, bastaba.

Hoy, cuando hablamos de seguridad, pensamos en cifras, en operativos, en estrategias complejas. Pero a veces vale la pena detenernos y recordar que alguna vez la seguridad también fue un acto de cercanía y humanidad. Que la autoridad tenía nombre y rostro, y que la noche no daba miedo si el sereno estaba cerca.

Y no, no se trata de comparar. No es justo ni útil enfrentar aquel tiempo con el presente. No vivimos los mismos contextos, ni enfrentamos los mismos desafíos. Pero lo que sí podemos —y debemos— hacer es rescatar el espíritu que nos dejó el sereno: el de la confianza, la palabra y la responsabilidad compartida.

Porque el sereno no solo cuidaba calles. También cuidaba el alma de la ciudad. Era parte del tejido social, no un extraño. Era conocido por los vecinos. Y esa cercanía es algo que, incluso hoy, seguimos echando de menos.

El sereno que canta con los estudiantes

Su figura, además, no desapareció del todo. Vive, transformada, en las Mañanitas de la Universidad de Guanajuato, donde la tradición convierte al sereno en cómplice del amor joven. Mientras el enamorado canta bajo el balcón, le pide, en voz baja:

“Al Sereno de la esquina que apague su linternita, para cantarle a mi amor…”

Y luego, cuando la serenata llega a su fin:

“Sereno… préndase su linternita, que ya me voy.”

Es un momento hermoso, casi teatral, donde el sereno no es solo personaje: es símbolo. Es la ciudad misma susurrando que el amor también necesita refugio, sombra y luz.

¿Por qué recordar al sereno?

Porque recordar al sereno es recordar una versión de Guanajuato que no ha muerto, aunque haya cambiado. Una ciudad que se construye no solo con obras, sino con memoria; no solo con vigilancia, sino con presencia humana.

Evocar al sereno no es un acto de nostalgia vacía. Es un gesto de respeto hacia quienes nos enseñaron que cuidar una ciudad también es caminarla, escucharla, conocerla. Es volver a decir, aunque sea en silencio:

“Todo está sereno”