Hèctor Rodríguez Colmenero
La baja participación revela más que desinterés: expone desinformación, desconfianza y desconexión.
Este domingo 1 de junio se celebró por primera vez en México una elección inédita: la del Poder Judicial Federal. Un proceso que, en papel, buscaba abrir las puertas de la justicia a la voluntad popular. Pero al caer la tarde y cerrar las casillas, una realidad más cruda se impuso: muy poca gente votó.
A pesar del discurso de renovación democrática, la jornada fue silenciosa. No por falta de importancia, sino por falta de conexión real con la ciudadanía.
Desde el inicio, la elección fue compleja. La mayoría de las personas no entendía del todo por qué estaba votando ni a quiénes. Recibieron múltiples boletas con decenas de nombres desconocidos, sin perfiles claros ni propuestas visibles. Sin partidos, sin debates, sin rostros. ¿Cómo decidir? ¿Cómo generar confianza?
Lo que se presentó como una fiesta democrática terminó pareciendo un trámite oscuro. La falta de información, la saturación de papeletas y el diseño técnico del proceso no solo desorientó: desanimó.
La participación ciudadana fue escandalosamente baja. Diversos reportes la colocan por debajo del 20%, y en algunas regiones podría haber sido incluso menor. Las urnas vacías hablaron más fuerte que cualquier discurso oficial. No fue apatía. Fue una forma de decir: “Esto no me representa”, “no entiendo qué está en juego”, “no confío en lo que se me propone.”
A esto se sumó la reducción de casillas por falta de presupuesto, lo que complicó el acceso al voto. Para muchos, simplemente no valió la pena recorrer kilómetros para participar en un proceso que sentían ajeno, confuso o poco legítimo.
Lo más preocupante no es solo la baja participación, sino lo que eso implica: jueces y magistrados que llegan con legitimidad debilitada, electos por una minoría. ¿Y si además fueron impulsados por estructuras discretas y politizadas? ¿Y si esta elección, en vez de democratizar la justicia, la aleja aún más del ciudadano común?
La independencia judicial no se fortalece solo con urnas. Se construye con transparencia, profesionalismo, pedagogía cívica y confianza. Si el proceso no garantiza eso, no hay reforma, hay simulación.
Esta jornada debía marcar un antes y un después en la relación entre justicia y pueblo. Pero terminó dejando más preguntas que respuestas. ¿Qué mensaje recibe la ciudadanía cuando se le otorga un derecho que no puede ejercer con claridad ni certeza? ¿Qué tipo de poder judicial queremos construir con tan poca legitimidad de origen?
No se trata de descartar la idea de elegir jueces. Se trata de hacerlo bien. Con reglas claras, información suficiente, procesos accesibles y condiciones dignas para ejercer el voto.
El 1 de junio de 2025 pudo ser histórico. Y lo fue, pero no por la participación masiva ni por la vitalidad democrática. Lo fue porque dejó al descubierto que un cambio de fondo no puede improvisarse. Que una reforma de este calibre exige más que boletas: necesita confianza, y hoy, esa confianza está en deuda.